Mi primera visita a la selva tropical

Male silverback gorilla
Male silverback gorilla in Gabon. Photo by Rhett A. Butler

En mi primera visita a la selva tropical, estuve asombrado por la exuberancia de la vegetación, los grandes árboles y las lianas. Había muchas especies más de plantas que en los bosques cercanos a mi casa en California. Nunca había visto tantas tonalidades de verde.

Desde entonces he hecho muchos viajes más a la selva tropical—más de los que podría contar. También he viajado a muchos sitios que no son selvas tropicales—desiertos en África, arrecifes de coral en el Pacífico Sur, bosques boreales en Alaska y otros lugares. Si bien cada uno de estos sitios tiene sus especies de plantas y animales únicos, hay una constante en todos ellos: la impredecibilidad de la naturaleza. Cuando uno pasa un día en el bosque o en el océano, uno nunca sabe exactamente lo que va a ver. Quizá veas un insecto de forma inusual debajo de una hoja, o una ballena emergiendo de la superficie del agua, o quizá escuches el canto de un ave desconocida.

He tenido muchas sorpresas en mis viajes a la selva tropical. Una de las más aterradoras fue en la selva tropical de Gabón, un pequeño país en la costa occidental de África central. Gabón es famoso por su vida silvestre, la cual incluye a los gorilas de tierras bajas. En una caminata que hice con varios  guardaparques y un fotógrafo por el bosque, inesperadamente encontramos un grupo de gorilas liderado por un macho grande de espalda  plateada. Tan pronto como los vimos, nos detuvimos, pero ya era muy tarde—este gorila macho ya había decidido mostrarnos quién dominaba el bosque. Nos enfrentó, haciendo gruñidos y golpeando su pecho mientras corría a toda velocidad hacia nosotros. El suelo se sacudía con su peso—un macho adulto puede llegar a pesar 350 libras, gran parte de las cuales es puro músculo. Una vez de rodillas—la posición recomendada si un gorila decide atacar—lo único que pude hacer para evitar un conflicto fue desviar la mirada. Empecé a ver el suelo, donde las hojas vibraban con cada tranco del gorila. Mi corazón se aceleró conforme el gorila corría y se acercaba más hacia nosotros. De repente se detuvo. Su tenso cuerpo se relajó, su respiración se volvió más lenta y dio media vuelta como si hubiera perdido interés. El bosque se calmó nuevamente y nosotros nos alejamos caminando muy despacio. Lo que había empezado como una tranquila caminata por el bosque se convirtió en uno de los momentos más emocionantes de mi vida.